¿Por qué vivimos desconectados de lo real?
Ana Ramos
11/25/20243 min read


Vivimos inmersos en una realidad saturada de estímulos, pero paradójicamente, cada vez parece más difícil conectarnos con lo que realmente importa. Nos encontramos caminando por la vida, rodeados de ruidos y distracciones, pero a menudo, desconectados de lo esencial: de nosotros mismos, de los demás, de nuestro entorno.
Una de las claves para entender esta desconexión radica en nuestra capacidad de atención. ¿Qué está pasando con ella? Si bien hoy estamos más informados que nunca, también estamos más dispersos que nunca. La información, los mensajes, los estímulos visuales y sonoros nos bombardean constantemente, pero ¿hemos perdido nuestra capacidad de escuchar? Oír oímos pero, escuchar, en el sentido profundo de la palabra, es algo que requiere un esfuerzo consciente. Escuchar requiere atención plena, un espacio donde no solo se reciben palabras, sino que se entiende lo que está detrás de ellas. Y hoy, parece que este espacio se ha reducido, tanto en nuestra relación con los demás como con nosotros mismos.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué nos asusta de mirarnos a los ojos? ¿Por qué nos resulta tan incómodo conectar de manera genuina con las emociones y vulnerabilidades de los otros? Cuando alguien comparte su dolor o tristeza, a menudo, nuestra respuesta automática es minimizarlo, buscar consuelo rápido con frases como: "un clavo saca otro clavo", "es la ley de la vida", "no llores, hay que animarse". Con estas respuestas, sin darnos cuenta, estamos invitando a que el otro se cierre, que reprima su emoción en lugar de darle espacio para ser expresada. Nos alejamos del dolor, de la tristeza, cuando en realidad, lo que necesitamos es aprender a acompañar y sostener esas emociones, a reconocer que la vulnerabilidad es parte de nuestra humanidad compartida.
Es curioso cómo cuando nos preguntan "¿Cómo estás?", la respuesta más común y automática es "Bien". Pero, ¿realmente estamos bien? ¿Es esa respuesta sincera o solo una forma de socializar, de cumplir con una norma de cordialidad? "Bien" es una palabra vacía que rara vez invita a la introspección o a la conexión real. Y, sin embargo, se ha convertido en un comodín que usamos para evitar la incomodidad del silencio o la profundización en una conversación significativa.
Esta desconexión se observa incluso en los lugares que deberían ser espacios de encuentro, como los parques o restaurantes. Cada vez más, los grupos de amigos, las parejas, las familias, se ven reunidos físicamente, pero mentalmente se encuentran dispersos, inmersos en las pantallas de sus teléfonos. ¿Nos interesa más la multitarea y las interacciones digitales (WhatsApp, Facebook, Instagram, YouTube…) que estar presentes en el momento, disfrutar de lo que ocurre aquí y ahora? ¿Por qué esta necesidad de interrumpir constantemente la experiencia, de estar mirando a otras realidades que no son las del presente?
Este comportamiento nos invita a reflexionar sobre el miedo que parece subyacer a nuestra vida adulta. Un miedo que nos impide conectar de manera genuina con los demás y con lo que está sucediendo en el aquí y ahora. Ese "contacto" auténtico, ese encuentro con "lo otro", con lo diferente, se ve atrapado por la necesidad de distracción constante, por la ansiedad que produce el silencio o la falta de actividad.
El contacto, en su esencia, es un encuentro con lo diferente, con aquello que no somos nosotros. Para entrar en contacto con el otro, primero debemos definir lo que somos y lo que no somos. Este proceso de diferenciación es clave para poder establecer fronteras claras que nos permitan decir "esto soy yo, y esto es el otro". Las fronteras no solo definen lo que somos, sino también lo que no somos, permitiéndonos, de esa manera, establecer una relación respetuosa y genuina con los demás.
Es interesante notar que la palabra "contacto" tiene dos significados fundamentales. Por un lado, se refiere al momento de la experiencia, a ese instante en el que nos encontramos con otro ser, con el mundo, con nuestras emociones. Por otro lado, el contacto también es un proceso experiencial, algo que se construye de manera continua a través de nuestra capacidad para estar presentes, para conectar de manera auténtica, sin distracciones, sin miedo.
Si realmente queremos vivir de manera más conectada con lo real, debemos empezar por reconectar con nosotros mismos y con los demás. Esto implica aprender a escuchar de manera profunda, a mirar a los ojos, a abrazar el dolor y la vulnerabilidad, a ser conscientes de nuestro entorno y a permitirnos disfrutar del momento presente sin interrupciones. El contacto genuino no solo nos acerca a los otros, sino que también nos ayuda a reconectarnos con lo que realmente somos.
Virgina Satir
Necesitamos 4 abrazos al día para sobrevivir,
8 abrazos al día para mantenernos
y 12 abrazos al día para crecer

